VIVE DISFRUTANDO enmarca la vida de una mujer doblegada por las aspiraciones de sus padres para asegurar la legitimidad de la corona de Castilla, fue moneda de cambio de una alianza estratégica. Vivió en los albores del siglo XV, un momento histórico convulso. Hablamos de Catalina de Lancaster, nació en Inglaterra en 1373, pero su vida estuvo vinculada a nuestra ciudad, y cuando falleció en Valladolid en 1418 dejó un reino en paz y con las arcas llenas.
Frente a los embrutecidos caballeros de la corte muy pendientes de batallas y empeñados en ampliar territorios, estaba la admirable educación de Catalina en conocimientos humanistas, su firmeza de carácter, y su rápida inteligencia.
Era nieta por línea materna de Pedro I, asesinado por su hermanastro Enrique II de Trastámara; y por esa consanguinidad, su padre Juan de Gante reclamó sus derechos al trono. Con la ayuda del rey Ricardo II de Inglaterra desembarcó en La Coruña en 1386 para hacerse con la legitimidad de la regencia, no pretendían una guerra, pero si era menester utilizarían las armas.
Sellaron “El Tratado de Bayona”, y en 1388 Catalina de Lancaster, con 15 años llega de Inglaterra para contraer matrimonio con su primo, Enrique III de Trastámara, un niño de 9 años. Mientras, la Iglesia de Roma miró hacia otro lado ante la minoría de edad de los contrayentes, y las inconveniencias de la consanguinidad. El matrimonio selló la paz entre Inglaterra y la Corona de Castilla, y entre las dos familias rivales. El regalo de boda fue el título nobiliario que los convirtió en los primeros Príncipes de Asturias.
Su esposo, Enrique III, apodado “El Doliente” por su delicada salud, murió con 27 años. El heredero de la corona, su hijo Juan II, tenía un año de edad, y para proteger sus intereses Catalina de Lancaster, y su cuñado Fernando de Antequera, ejercieron la regencia de manera hábil. Participó de forma activa en la política exterior del reino, logrando acuerdos de paz y de comercio con Portugal e Inglaterra, haciendo concesiones razonables fortaleció el reino. Le tocó afrontar problemas derivados de la persecución de los judíos, y logró una tregua con el reino nazarí de Granada y la devolución de cien cautivos cristianos.
Consolidó su linaje, fue una excelente política, y se ganó un hueco en la Historia. Murió a los 45 años de “perlesía”, una debilidad muscular progresiva y paralizante.
Escrito por María del Carmen González Sanz (Maika) para el Prólogo de la edición nº 41 de VD, octubre-noviembre 2024.
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