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el famoso puente Del Cubo (por Joaquín Díaz)

El espolón con el puente del Cubo Valladolid
El espolón (1ª fotografía)

Tradicionalmente se llamaba espolón a un contrafuerte o tajamar hecho de piedra de sillería que en algunas poblaciones, como Burgos o Valladolid (también en Toro, Logroño o León), se solía utilizar como lugar de paseo. Espolón, según explica también Covarrubias (1611), era “la esquina que ponen en los pilares de los puentes de piedra para que quiebren el agua y acuda a los ojos sin dar golpe en el puente”.

A mediados del siglo XVI Tomé Pinheiro cuenta en su Fastiginia un caso que sucedió en el Espolón, a donde parece que la gente no iba solo a pasear sino a “verse”, “encontrarse” y, llegado el caso, hasta a retarse.
Quevedo decía en su Romance de las Alabanzas Yrónicas a Valladolid: “Claro está que el Espolón / es una salida necia / calva de hierbas y flores / y lampiña de arboledas”. Y, en efecto, parece que en su época, la zona mostraba sólo el arbolado que aún refleja Ventura Seco en su plano de la ciudad, es decir el de la huerta de la Trinidad y el que había en lo que, andando el tiempo, habría de ser el vivero de San Lorenzo. María Antonia Fernández del Hoyo aporta, en su libro sobre los conventos desaparecidos de Valladolid, un documento con la escritura de una huerta –que podría ser la que luego pasó a pertenecer al convento de la Trinidad–, “cerca de los molinos que dicen de canaleja… y con la suerte del río Pisuerga que pertenece al dicho convento, que es como se entra desde las aceñas de la puente hasta el espolón que dicen de la serna”. De hecho, Ventura Pérez todavía habla del Cubo de la Trinidad y de la playa, que se heló “de parte a parte” el invierno de 1766.

Desde 1863 el Ayuntamiento de Valladolid acordó denominar a la ronda que iba desde la iglesia de San Lorenzo hasta las Tenerías cruzando el Puente del Cubo, Paseo de San Lorenzo. Casimiro González García-Valladolid menciona, al hablar de las murallas de Valladolid, un segundo cinturón de piedra que amplió la primitiva cerca y que “seguía por la rondilla de San Lorenzo a la Cárcel de la ciudad, por delante del Espolón”. Parece lógico pensar que el puente del cubo se llamó así porque uno de los cubos de la muralla se hallara cercano a la construcción (tal vez en la desembocadura del Esgueva sobre el Pisuerga, en el lugar que hasta los años 50 aún conservaba un merendero llamado “La Marina” donde se consumía pescado frito), y no porque las lavanderas llevaran allí sus herradas para lavar la ropa, como supone una leyenda urbana reciente. Tenemos un ejemplo similar en León, donde el Espolón estaba lindero con la carrera o “carretera de los cubos” que servían de protección a la muralla. Otra hipótesis podría ser que el nombre de Puente del Cubo procediera de un desaparecido cubo de piedra para alimentar un molino sobre la Esgueva, sistema bastante conocido en la Edad Media y usado para los casos de aceñas que dependieran de un caudal irregular.

Tenerías en Valladolid
Tenerías (2ª fotografía)

Pero acaso se denominara así –y ya no es solo una suposición sino que queda demostrado en la segunda fotografía, debida al doctor Nemesio Montero– porque todavía se conservaba, hasta comienzos del siglo XX, al final del Espolón Viejo un cubo de muralla. En la primera fotografía, al fondo del Puente del Cubo se ve también el puente de la Puerta del Campo, que cruzaba el Esgueva hacia una de las puertas de acceso a Valladolid. Esa Puerta del Campo, que daba paso desde la calle de Santiago al Campo de la Verdad, fue diseñada en 1626 por Francisco de Praves, siendo derruida en 1863 y trasladándose las imágenes que estaban en dos hornacinas, interior y exterior (la Virgen y San Miguel, respectivamente, éste como patrono de la ciudad), a la iglesia de Santiago.

Alguna vez he echado mano, para saber algo más sobre la vida cotidiana en el Valladolid del siglo XVIII, de un curioso libro titulado Aventuras en verso y prosa, debido a la pluma de Antonio Muñoz. La parte dedicada a la ciudad del Pisuerga tiene mucho interés pues en el relato de las aventuras de dos poetas por la urbe va detallando con mucho pormenor los lugares que visitan desde el momento en que entran de noche por la Puerta del Campo Grande y van a hospedarse al Mesón del Sol, en la calle de Santiago. Al amanecer visitan la Plaza Mayor, “el celebrado ochavo”, la Platería (calle que no les gusta “por su cortedad”) y terminan el periplo en la Plazuela Vieja a la hora de almorzar, cosa que hacen comiéndose cada uno un panecillo de Zaratán y una torta de leche. La comida la hacen en la gran Casa de Nuestro Padre San Francisco donde, seguramente de caridad, se ponen “de caldo y otros despojos como timbales”. A la tarde visitan el “nunca bien ponderado Espolón”, lugar en el que echan de menos gente paseando y reflexionan sobre lo que sucedería si en la ciudad hubiese tantos habitantes como en Madrid, pues en tal caso no habría otra villa como Valladolid en toda Europa. En el Espolón, y acostumbrados a echar coplas de repente, costumbre tan española como olvidada, se les ocurren los siguientes versos a la vista del Pisuerga:
Son hermosas las márgenes del Río
a quien siempre acompaña el Espolón,
mas esto en el invierno será frío
según está su amena situación.
Y si ello por posible fuera mío,
aquí pusiera toda mi atención
poblándolo de damas y galanes
por poderlo habitar ambos san Juanes.
Se refiere sin duda a las celebraciones que podrían hacerse en invierno y en verano con una población más nutrida, aludiendo a los días en que la Iglesia celebraba San Juan Bautista, cuya fiesta caía el 24 de junio, y al Evangelista, que tenía su fecha el 27 de diciembre.

En la plaza de las Tenerías se edificó en el siglo XIX la fábrica de curtidos de los Dibildos cuyos canales salían al río entre el actual puente de Isabel la Católica y el Colegio de Lourdes. En medio estaba la casa de los Ibáñez, cuyos miradores acristalados pueden observarse también en la primera foto.
La que hoy se llama calle de los Doctrinos era en realidad el cauce de uno de los ramales del Esgueva y atravesaba la calle de la Boariza, ahora de Doña María de Molina. El Ayuntamiento de Valladolid, a instancias del jesuíta Francisco Pérez de Nájera, fundó una obra pía en la que poder acoger y enseñar a los niños pobres de la ciudad. Encargó de ello a la Congregación de la Visitación y creó un colegio donde se enseñaba la doctrina cristiana (de ahí lo de la calle de los Doctrinos) y distintos oficios y artesanías. La calle de los Doctrinos, paralela a la muralla, seguía al citado ramal del río Esgueva hasta su desembocadura en el Pisuerga en lo que se llamaba el Espolón Viejo.

Arco del Puente del Cubo
Arco del Cubo (foto 3)

A comienzos del siglo XX se acometieron obras de cubrimiento del río Esgueva para evitar que desembocara en el Pisuerga en esa zona del Puente del Cubo. A partir de 1944 se preparó un anteproyecto que hacía desaparecer todas las pequeñas construcciones cercanas a dicho puente y preveía jardines de tipo inglés para toda la zona entre Tenerías y el Poniente. El plan elaborado para Valladolid por el arquitecto César Cort contemplaba, entre otras cosas, que la ciudad dejara de ser una población sin estructura viaria. El proyecto sufrió muchas alteraciones y reformas en los años siguientes a su aprobación en 1939 pero se mantuvo la necesidad de ampliar el crecimiento de la ciudad con nuevos puentes que salvaran el río Pisuerga permitiendo la expansión hacia el oeste. El llamado Puente del Cubo fue inutilizado para construir otro, perpendicular al primitivo, que se inició en 1954 y se terminó 2 años después. Era un puente en arco de más de 100 metros de largo y casi 70 de luz, proyectado por Luis Díaz-Caneja. Se encargó la obra a Francisco José Quevedo, haciéndose cargo de la ejecución Agromán. El puente quedó acabado, según se ha dicho, a fines de 1956. La ciudad quedaba conectada con la llamada Huerta del Rey, antiguos terrenos y fincas de Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma, que el noble vendió al rey Felipe III cuando Valladolid dejó de ser capital del reino. Hay un completo reportaje fotográfico sobre la construcción del puente en el Archivo Municipal de Valladolid, una de cuyas instantáneas muestra todavía restos del arco del famoso Puente del Cubo.

 

Escrito por Joaquín Díaz para la edición nº 33 de VD, junio-julio 2023.

 

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