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La guitarra del corregidor (por Joaquín Díaz)

El 22 de febrero de 1776 nacía en Valladolid Pedro Pascasio Calvo, que llegaría a ser Alcalde Corregidor de la ciudad en 1820. Su vida -en particular la relacionada con su profesión de abogado- ha sido estudiada y divulgada en diversas publicaciones, que no solo elogian su comportamiento ejemplar y decidido durante la guerra de la Independencia, sino que destacan algunos otros aspectos que reflejan una personalidad versátil e inquieta, aunque siempre presidida por su sentido de la justicia y la equidad. Entre esos aspectos figura su dedicación a actividades relacionadas con la agricultura, cuidando de unas viñas que poseía su esposa doña Demetria de Valles y de la Torre en el municipio de Cigales. Poca documentación hay, sin embargo, acerca de su afición a la música y muy especialmente a la interpretación de la guitarra, instrumento que, en los años juveniles y de primeros estudios universitarios de Pedro Pascasio, estaba experimentando un auge muy importante debido principalmente a los éxitos internacionales de dos grandes guitarristas españoles, Sor y Aguado. Entre casi un centenar de partituras que pertenecieron a nuestro Alcalde y que adquirí hace unos veinte años, se encuentran piezas popularizadas por ambos artistas y una buena cantidad de producciones de compositores de época como Ferdinando Carulli, Miguel Carnicer, Tomás Damas, Matteo Carcassi, Luigi Legnani, Federico Moretti o Leopoldo de Urcullu, lo que demuestra no solo un aprovechamiento extraordinario de los recursos del momento -no eran frecuentes las partituras impresas por la dificultad y elevados precios que suponía grabarlas-, sino un interés por conocer los últimos avances que un instrumento como la guitarra podía ofrecer a los aficionados e intérpretes como él.
Dionisio Aguado -uno de los guitarristas preferidos por Pedro Pascasio, había inventado un soporte, al que denominó “tripodison”, para que los intérpretes pudiesen fijar en él la guitarra e interpretar sobre el instrumento sin apenas tocarlo, es decir, evitando el contacto del brazo derecho sobre la caja y la presión de la mano izquierda sobre el mástil. El invento de Aguado (patentado en 1830 y revisado en 1836), que había explicado en su obra “La guitarra fijada sobre el Tripodison. Observaciones sobre el modo de usarlo con éxito”, tuvo una salida espectacular, en buena parte debida a los avales de guitarristas como Sor, pero se quedó después en un intento más de transformar el instrumento en un objeto pretendidamente no contaminado y dotado de una pureza que ni tuvo en sus orígenes ni le correspondía por su historia.
Sor estaba convencido de que el invento de Aguado daba al intérprete facilidades para poder tocar una pieza sin necesidad de sufrir algunas de las obligaciones que el simple manejo de la guitarra exigía, y todo ello sin entrar en el terreno de la melodía, el bajo y la estructura armónica. En la explicación facilitada por el propio Aguado en su Nuevo método de guitarra (Madrid, 1834) se insistía en que la guitarra quedaba “como en el aire” gracias al sistema que permitía apoyarla sólo en dos puntos, uno en la base de la caja y otro en la unión del mástil con el clavijero. La columna o vástago que unía las tres patas con el brazo de hierro en que se fijaba la guitarra, se podía subir y bajar para mayor comodidad del intérprete, colocándolo en cada ocasión a la altura deseada.
Sor escribía, totalmente convencido de la eficacia del trípode: “Ese pie, que sostiene la guitarra a la altura y en la posición que conviene a cada ejecutante, ayuda a los medios de interpretación que se deberían emplear para sostener el mango o para presionar el cuerpo del instrumento con el brazo derecho para fijarlo. Al no tener que ocuparme más que de la digitación y de la producción del sonido, puedo colocar mi mano izquierda de manera que encuentre en las yemas de mis dedos lo que estaría obligado a buscar a cada instante si sostuviera el instrumento a la manera de la mayoría de los guitarristas; o bien, si quisiera sostenerlo como es debido, me expondría a que el peso del mango lo hiciera cambiar de dirección en los movimientos, o a que en una transición rápida de arriba abajo lo dejara un momento libre y mis dedos no encontraran la cuerda en el punto deseado”. En unos papeles que se hallan en los archivos de la Fundación y que pertenecieron al corregidor-guitarrista vallisoletano, se puede ver -dibujado por el mismo intérprete- cómo era este aparato y la forma de sujetar en él el instrumento.
También podemos contemplarlo en un grabado de época en el que se ve al propio Aguado tocando cómodamente la guitarra, que va apoyada en el famoso “tripodison” (ver foto). Lo de “cómodamente”, está dicho sin exageración, ya que una de las preocupaciones de los intérpretes de este instrumento ha sido, desde siempre, la postura que debían adoptar para tocar y ensayar sin cansarse y además con las mayores garantías de consecución de un sonido limpio. Por lo que se puede apreciar en el grabado, probablemente Aguado inventó el soporte para el pie izquierdo -que finalmente se hizo tan popular entre los guitarristas clásicos- después de haber probado suerte con el tripodison mencionado y sólo para los casos en que no se pudiera contar con la eficacia y comodidad del trípode, ya que los dos pies del músico, como puede comprobarse, están en el suelo y la silla en la que está sentado es más bien alta.
No estaría mal, aprovechando que en abril se cumplirán 500 años de la derrota comunera en Villalar, recordar la figura de Pedro Pascasio Calvo -abogado, político, agricultor y guitarrista-, quien organizó una suscripción en Valladolid para pagar el catafalco que habría de llevar los supuestos restos de Bravo, Padilla y Maldonado a la Catedral de Zamora, reclamados en 1821 por el entonces gobernador militar, Juan Martín Díez, el “Empecinado”.

Escrito por Joaquín Díaz para la edición nº 19 de VD, feb-mar 2021.

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